Abres la puerta como puedes. La llave no entra. Y yo no ayudo. No puedo parar de besarte. No puedo, no soy capaz. Hoy, tus labios son una droga. Lo consigues. Entramos a tropezones y cierro de un portazo. A estas alturas, lo demás me da lo mismo. Nos separamos, puedo sentir tu aliento. Te liberas de mi por un momento, y entre risas echas a correr.
-¡Cógeme!
Te sigo. He nacido para seguirte. Entras en una habitación, no te molestas ni en cerrar la puerta. Cuando entro, estás ya sentado en la cama y encendiendo un cigarro. Me siento a tu lado y me pego a ti, acerco mis labios a los tuyos, pero no me dejas besarte. Intento relajarme, asustada pienso en que puedes oir mi corazón. Pero tu solo me sonríes. Y me miras, de esa manera que solo tú sabes. Tras darle una calada al cigarro, me pasas el humo, de boca en boca.
-Eh, ¿Por qué no hablas? Pareces nerviosa.
-Lo estoy.
-Me encantas. - Palabras susurradas al oído.
-Me pones.
Él ríe y echa el humo hacia el techo. Le arrebato el cigarrillo y voy a darle una calada, pero me lo quita.
-No quiero que tu fumes.
- ¿Por qué? Es injusto.
-No quiero que fumes, no es bueno.
-¿Y tu porqué lo haces?
-Estoy intentando dejarlo.
-Dicen que el sexo es buen sustituyente del tabaco.
Él ríe.
-Comprobemoslo.
Apaga el cigarro en un cenicero de cristal, y se lanza sobre mi. Con mi espalda en el colchón, me besa, me acaricia, me toca. No puedo pensar. Él ocupa ahora todo mi cuerpo, y toda mi mente. Intento quitarle la camiseta. Tras un esfuerzo lo consigo, y dando la vuelta, consigo tumbarlo y sentarme encima suya. Le beso. El cuello, el pecho, todo. El, poco a poco, desabrocha mi camisa. Y, de pronto, siento su piel sobre la mia. Solo nos separan un sujetador y dos pares de pantalones. Ambos problemas se solucionan rápido. O, por lo menos, a mi me parece rápido. Bajo las sábanas, siento su piel, sus manos, sus labios. Bajo unas sábanas se esuchan jadeos, risas e incluso pequeñas carcajadas. En este momento somos una sola persona, una sola existencia. En este momento no existen otros ojos. En este momento, algo cambia. Algo nuevo. Respiraciones demasiado agitadas y corazones latiendo muy rápido...
Un rayo de sol entra por la ventana. Las cortinas están abiertas, y corre un aire agradable. El sol me calienta la espalda, aún desnuda, de la noche anterior. Solo escucho el ruido de las olas.
Con los ojos cerrados, busco a alguien a mi lado. No encuentro nada. Abro los ojos y, tras escuchar unos pasos, se abre la puerta. Me tapo instinivamente. Un gesto inútil. Es él.
-Vaya, veo que ya estás despierta. Buenos días.
Sonríe, solo lleva puesto unos calzoncillos, y trae una bandeja en la mano, que deja encima de una mesa. Dejo caer la sábana de nuevo.
-Buenos días. ¿Qué traes ahí?
-El desayuno.
Se sienta a mi lado y me besa.
-Me has asustado, creia que te habías ido.
-Jamás te abandonaría.
-¿Lo prometes?
-Lo prometo.
Mi estómago ruge.
-Ponte una camiseta mia para andar por aqui.
-Vale.
-Elige tú.
Me levanto, el me observa. Azorada, intento taparme.
-No lo intentes, no te tapes, por favor. Eres preciosa.
Llego al armario y elijo la camiseta más simple que veo. Una blanca. Antes de ponermela, me percato de una cosa. Huele a él. Me encanta. Se levanta y se sienta en una silla que hay al lado de la mesa. Cuando me acerco, me agarra la mano y tira, obligandome a sentarme encima suya. Me besa de nuevo. No me canso de sus labios.
Desayunamos en silencio, entre miradas y suspiros. Y algunos intercambios de saliva. De pronto, veo algo.
-¿Ya lo has decidido?
Digo señalando una papelera llena de cigarros rotos.
-Si, ahora que me has demostrado que el sexo es sustituyente del tabaco, si. Me divierte más lo primero.
Ríe, yo sonrío. Me alegro de que no vaya a fumar más. Sin previo aviso, me coge en brazos y me lleva a la cama. Y las únias palabras que escucho antes de volver al mundo de los suspiros son:
-Te quiero, te amo, y siempre lo haré. Eres lo más bonito que ha pasado por mi vida...