No hay pretextos ni razones hoy para estar triste. La música resuena sin eco al aire libre. La gente baila, pegados unos a otros. La luz de la luna es lo único que evita la total oscuridad, y algunas que otras farolas mal repartidas. El alcohol nubla sus sentidos. no reconoce a nadie a su alrededor. Pero le da lo mismo. Deja a la música fluir por dentro de ella y baila como si no hubiera mañana. Cierra los ojos, disfruta del calor, de la música, del alcohol. ¿Ha fumado hoy? No se acuerda, ni le importa. Ahora mismo solo piensa en si misma. En si misma y en él. Sonríe. Bajo esa cúpula de estrellas, el tiempo pasa, y ella sigue sola. Hasta que siente una mano en su cadera. Alguien la intenta agarrar. Se da la vuelta y ahí está el. Con esa sonrisa tan perfecta como siempre. Con esos ojos que brillan casi con luz propia. De repente, se le viene a la cabeza un pensamiento estúpido. Antes de salir de casa, su amiga y ella se cubrieron de purpurina, ¿Seguirá brillando?
-¿Qué haces aquí?
Él grita pegado a su oído.
-Bailar, ¿O es que no lo ves?
-Tonta, que qué haces sola.
-Por que no encuentro a la gente... Además, no estoy sola. Estás tu aquí conmigo.
Él sonríe con resignación. La coge de la cintura, ella rodea su cuello con los brazos. Ahora es cuando el tiempo parece detenerse, cuando no hay nada más. Allí, en medio, se confunden con la multitud.
Aunque les da lo mismo. Sus labios están ocupados intentando demostrar en un intento fallido todo el amor que debería respirarse allí.
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