domingo, 20 de marzo de 2011

Como pez fuera del agua#

En las profundidades del océano vivió hace mucho tiempo una bella sirenita de largos y preciosos cabellos y de hermosa cola, plateada como la luz de la luna.
Se llamaba Ariel y era una sirena muy inquieta y muy curiosa.
Constantemente nadaba de aqui para allá y recorría los más alejados rincones ocultos bajos las aguas del mar.
Tenía, además, una gran pasión y era descubrir barcos hundidos, que inspeccionaba con un enorme interés. Sentía una atracción inexplicable por todos aquellos objetos cubiertos de algas y enterrados en la arena.
Un día, mientras nadaba sin rumbo fijo, oyó una preciosa música. Sin poder evitarlo, se dirigió hacia donde sonaba aquella melodia y llegó hasta la superficie del mar.
Un gran barco se balanceaba sobre las aguas. Paseando por la cubierta, la sirenita pudo contemplar la hermosa figura de un ser humano.
Durante horas se quedó observando aquella escena. Hasta que el barco, de pronto, empezó a alejarse de alli.
La sirenita volvió todos los días a aquel lugar.
No podía olvidar a aquel hombre y sentía su corazón lleno de amor hacia él. Pero aquel barco no aparció nunca más.
Pasó el tiempo y la sirenita llegó nadando un día hasta una playa.  Cuál no sería su sorpresa al ver a su amado paseando por la orilla.
-¡Príncipe Eric! ¡Principe Eric! -gritaron de pronto.
El joven atendió a la llamada y desapareció. ''Es un principe'' se dijo Ariel. Y suspiró con tristeza.
La sirenita, cada vez más enamorada del principe, cayó en la desesperación. Ella no podía salir del mar. No pertenecía al mundo de los humanos y con su cola de pez era imposble vivir en la tierra.
Entonces, Ariel tomó una importante decisión. Iría a ver a la bruja del mar y le pediría que le cambiara su cola por un par de piernas.
-¡Eso es una locura, niña! -dijo la bruja con su terrible voz.
-¡Pero es lo que más deseo! Por favor, pídame lo que quiera. Usted es mi única salvación- respondió con seguridad la sirenita.
Ariel insistió tanto que la bruja del mar, por fin, dijo:
-Está bien, pero escucha esto: me quedaré con tu voz y no podrás hablar con el principe.
-No importa-dijo Ariel-. Al menos podré vivir a su lado.
-Además, si el principe se casa con otra mujer, tú no volverás a ser una sirenita y te convertirás en espuma de mar.
Ariel aceptó las condiciones de la bruja. Ésta le dió a beber una pócima y, al instante, perdió su voz y su cola de pez y quedó convertida en una hermosísima joven.
La sirenita fue nadando con sus dos piernas hasta una playa y, agotada por el esfuerzo, se dejó caer en la arena.
Al día siguiente, Eric la encontró dormida en la playa. Ariel se despertó y le sonrió con dulzura. Pero no pudo responder a ninguna de las preguntas que le hacía el principe.
A pesar de no saber nada de ella, Eric llevó a aquella desconocida a vivir con él a su palacio y, a partir de entonces, se convirtieron en amigos inseparables.
Aunque echaba de menos su voz, Ariel era completamente feliz al lado de su amado principe y se sentía cada vez más enamorada.
Pero un día, la suerte de la sirenita, cambió de repente. Eric le confesó que había conocido a una bella princesa de un lejano país e iba a casarse con ella.
A Ariel se le heló el corazón. Finalmente sabía que su amor no era correspondido y, entonces, era inevitable que se cumpliera lo que la bruja del mar le había anunciado.
Llegó el día de la boda. La sirenita, con lágrimas en los ojos, se despidió de Eric y se dirigió a orillas del mar. Desde allí miró por última vez la tierra, donde había pasado los mejores días de su vida.
Después, Ariel se sentó en una roca, y cuando una ola la salpicó con sus finísimas gotas, ella quedó convertida en blanca espuma de mar.
Pero era tan grande el amor de la sirenita por el príncipe que no se separó de él. La blanca espuma acompañaba siempre el barco del principe por los mares y océanos que éste recorría.

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