martes, 28 de junio de 2011

Oh....

Tengo el pelo aun mojado. Una gota de agua llega hasta mis labios. Es salada, demasiado salada. Se me hace incluso amarga.
El sol amenaza mi piel, aún blanca del invierno, y mis pies descalzos sienten cada grano de arena ya tostados por el calor.
Las olas me empujan con fuerza, y el viento hace flotar mis cabellos, los cuales veo como mecidos por una cuna inesixtente. 
Cierro los ojos, no quiero pensar. Solo quiero sentir el aire, recorriendo cada rincón de mi cuerpo. Todos los lugares que él besó, antes de irse para siempre.
Una lágrima recorre mis mejillas. Me parece sentir el tacto de su piel de nuevo.
Ya hace casi un año que se marchó, ya hace casi un año que su vida se fue de entre mis manos como la llama de una vela expuesta al lado de una ventana abierta en un día de vendaval...
Por un momento, me parece sentir sus grandes ojos verdes mirandome. Pero es solo una ilusión. Solo eso, una ilusión...
Abro los ojos, y miro al cielo. Se ha tornado de un color rojizo, del mismo color que eran sus mejillas.
Mis ojos se empañan, una ventana de lágrimas no me deja ver más que figuras borrosas a mi alrededor.
Él no querría verme así, no. Una sonrisa triste se esboza sola. Yo no hago nada por detenerla.
Anochece en seguida, de pronto todo está oscuro.
El único sonido que se escucha es el de las olas romper contra la orilla, y a lo lejos el rumor de una ciudad rebosante de vida.
Mira el cielo,  antes cubierto de un puñado de nubes, y ahora tan despejado que hasta se podrían contar las estrellas. Y entonces, rompo a llorar. Sé que, desde algún lugar de allí arriba, el me está mirando, me está observando. Sé que desde algún lugar de allí arriba el me acaricia, me mece entre sus brazos, y me susurra cosas al oído, como hacia antes...
Sé que desde algún lugar de allí arribe el me dice: ''Sigue adelante, yo estoy contigo''.
-Pero es que no soy capaz, no puedo, sin ti no- y rompo a sollozar de nuevo.
Entonces, me abrazo a mi misma, buscando algo de calor en mi frío interior de aquella noche de Agosto.
Tiemblo, lloro, no tengo fuerzas para gritar, no tengo fuerzas para nada más...
Sin pensarlo, cojo la rosa roja que llevo en el pelo, como la que él solía ponerme siempre, y la dejo libre, la dejo sobre el agua salada.
Cuando está unos metros más allá, pienso una cosa.
Como le dijo Giovanni Papini a su reloj, en ese momento me di cuenta de que mi rosa y yo somos la misma cosa: no solas pero si únicas en nuestra especíe, arrancadas de lo que nos daba la vida y arrojadas sin la más mínima compañía  a un mar de turbulencias del que, sabíamos, no íbamos a salir con vida...

No hay comentarios:

Publicar un comentario