martes, 19 de julio de 2011

Madrid.

No es necesario dormir en una cama de dosel con sabanas de seda para sentirse como una princesa al despertar. Basta con dormir al lado de ese oso de peluche que huele a ti. Yo no quiero todo color de rosa. Me basta com despertar una mañana más en una enorme habitación de paredes blancas, enmoquetada con esa alfombra que parece persa. Con una botella de cristal transparente en la que envejece un poco de vino. Un puñado de cuadros colgados en una pared fría me ven soñar contigo. Dos espejos me muestran mi cara al despertar, mientras que un reloj con una figura de oro marca el paso de las horas. Rodeada de lámparas negras, y antigüedades con las que he crecido en esta parte central de una ciudad fría como Madrid. Dos sofás de terciopelo rojo en los que me leyeron tantos cuentos duermen ahora junto a mi, a la espera de volver a ser valiosos. Una de las paredes tiene dos ventanas que dan a un patio. Un patio con eco, en el que desde que era una cría me ha gustado sacar fotos. Una lámpara de araña cuelga del techo dando una tenue luz, mas parecido a un resplandor.
Y en otra pared, tres interruptores que, debido a su mucho tiempo existido, pocas personas fuera de esta capital sabría encender.
En el centro preside una mesa redonda de cristal negro, con dos pájaros de metal encima.
Dos pájaros que parecen perder toda su valía cuando los deparas.
Y de fondo, una canción en un tocadiscos, un vinilo de Tchaikovsky que hace sonar la banda sonora de una historia tan bonita como el Cascanueces, mientras el tiempo parece regresar...

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