sábado, 11 de febrero de 2012

Queda camino por andar, borra tus huellas, toma las riendas. (II)

Bajo las luces de la noche Parisina, comparten un plato de pasta. Raviolis carbonara. Suena la melodía de un acordeón, y de los balcones cuelgan guirnaldas de geranios y margaritas. Una vela encendida a un lado de la mesa da un último toque de romanticismo en el que no reparan. Por lo menos Diana. 
-¿No te recuerda a la escena de la Dama y el Vagabundo?
Ella ríe ante la ocurrencia de Leo.
+Cierto, con la diferencia de que aquí no hay beso.
-Sí, se que soy el sueño de tu vida, pero Diana, son cosas que pasan...
Diana ríe con la boca llena. Leo no es capaz de pensar en otra cosa. Sus ojos, sus labios, su pelo... Tiene ganas de besarla, de abrazarla, de amarla... Tiene ganas de ella. Es como una droga. Cuanto más tiempo pasa con Diana, más la necesita día tras día. Pero no, no puede. Por ella. Está ahí para ayudarla. Está ahí por ella, porque tiene el corazón roto, porque no soportaba saber que en España lloraba noche tras noche por esa ruptura, por esa relación, por él...
+Eres tan estúpido.
-Dime algo que no sepa.
+Aún no me has contestado.
-¿Constestarte? ¿A qué?
+Por qué estás aquí conmigo, porque me has acompañado a París.
-Simple: para que no te perdieras. Con tu sentido de la orientación, quien sabe. Sin mi, podrías haber terminado en La India. 
+Eres un idiota.
Son palabras rodeadas de los dientes más blancos, de la sonrisa más pura. Leo le guiña un ojo y con gesto llama al camarero.
-Si no le importa, ¿Podría traernos el postre? Yo quisiera unos profiteroles. ¿Y tú, Diana?
+Estoy llena, mejor te quito a ti.
-Típico en las mujeres... Pues solo eso.
El camarero asiente simplemente, y en menos de cinco minutos ya está de nuevo en la mesa con lo mandado. 
+¿Cómo que típico?
-Ajá, no queréis postre pero siempre le quitáis a los demás.
+Como te odio.
Antes de que Leo pudiera reaccionar, Diana ya le había llenado la nariz de chocolate.

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