Leo la observa desde la puerta. Está dormida, su respiración es tranquila, y eso le relaja. Apoyado en el marco de la puerta disfruta del sabor de ese chocolate caliente. Incluso desde esa distancia puede diferenciar las manchas de rímel en la almohada causadas por las lágrimas. Ha estado más de hora y media seguida llorando entre sus brazos, hasta que al final no pudo más y simplemente se quedó dormida. Es guapa, es preciosa, y sonríe en sueños. En momentos como esos, siente envidia y rencor hacia Danielle.
-¿Cómo pudo dejarla escapar así ese estúpido? Es más, no dejarla escapar... Echarla de su vida, sin miramientos. Y todo por una con una talla más de sujetador que no le llega ni a la altura de los zapatos a Diana...
La rabia le puede, le consume. No se explica como alguien puede hacerle daño a una chica como ella. Sin darse cuenta, aprieta el vaso que está en su mano hasta estallarlo. El ruido despierta a Diana, que se sobresalta.
+¿Qué pasa?
-Nada, que se me ha caído un vaso, vuelve a dormirte.
+Leo...¿Eso es sangre?
Diana tiene razón. Un corte algo profundo recorre la mano de Leo de lado a lado. Sin que él lo pueda evitar, la chica se levanta corriendo hacia el baño, y en menos de minuto y medio vuelve con vendas y todo tipo de mejunjes.
-No hace falta, Diana.
Ella lo mira, le sonríe y con un brillo suspicaz en los ojos mal maquillados le contesta.
+Sí que la hace.
Cinco minutos después, él tiene la mano vendada, y ella recoge los restos de cristal del suelo.
+¿Se puede saber que hacia para cortarte la mano de esa manera?
Leo no contesta. ¿Qué podría decirle? ¿Qué pensaba en como Danielle la había tratado? No, eso le sentaría demasiado mal.
+Podría haber sido mucho peor.
-Pero no lo ha sido.
+No me hace gracia, Leo. No se que ha sido ni que te ha pasado, pero no lo vuelvas a hacer.
-Hay cosas que son inevitables.
Diana lo mira con un gesto de enfado en la cara.
+¿Qué eres, masoca o algo?
-Habló.
+¿Qué quieres decir?
-Te haces tú más daño pensando en Danielle que yo rompiendo un puto vaso.
+Leo, déjame en paz.
-Lo haré, a ver cuanto tiempo sobrevives tú sola.
Ambos salieron a paso ligero del pasillo y cerraron de un portazo las puertas de sus respectivos cuartos. Y ambos comenzaron a llorar tras echar el pestillo, sin comprender lo que acababan de hacer.
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