-¡Mamá! Me voy.
-¿Con la que está callendo? ¿A dónde vas?
-A dar una vuelta, me estoy agobiando.
Cierro la puerta tras mi espalda. No soporto esperar al ascensor. Corro escaleras abajo. Y una vez en la calle, comienzo a andar. La música suena alta desde uno de los bolsillos de mi pantalón. De pronto, se termina el techo, me comienzo a mojar. Pero, ¿Qué importa? Ése problema es ínfimo en comparación. Llego a un parque escondido, solitario, con una especie de porche. Me siento debajo. Y empieza mi perdición; me pongo a pensar.
A pensar lo engañada que he vivido. A pensar en el miedo que me dá crecer. A pensar en que he perdido más de lo que he ganado... He perdido amigos, y que he gaado a cambio...¿Conocidos? O en algunos casos, ni eso... He ganado disgustos. Quitando a pocas personas. He ganados algunos hipócritas, y otros cobardes. Pero, lo peor de todo, esque ha sido por mi culpa...
Me levanto, no soporto llorar así. Hay un columpio, y me siento en él. Echo la cabeza hacia atrás, para poder disimular las lágrimas con las gotas de lluvia.
Y entonces lo veo claro. Las personas que realmente me quieren y me ayudan, son a las que menos caos les hago.
Ellos. Los únicos que siempre me aceptarán y siempre me mirarán con orgullo. Los únicos con los que se podrá contar toda la vida...
Vuelvo a casa. Quiero abrazar a mi familia. Los necesito, tanto como al oxígeno...
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