lunes, 8 de octubre de 2012

No hay peor ciego, que el que no quiere ver.

Miró a su alrededor, perdido en la luz de las estrellas. La llanura se extendía hasta donde alcanzaba la mirada. Se bajó del Mercedes con pies de plomo, y no llegó no a dar un paso, cuando ya estaba de nuevo en el suelo. Con una botella de Vodka en una mano y aquellos malditos Ducado Rubio en la otra. Se encendió un cigarro, y luego otro, y después uno más. Y observó como el humo era independiente, como subía sin necesidad de nada, de un simple soplo. La garganta le ardía. Y el suelo comenzó a cambiar su composición por una mezcla de alcohol, cenizas y lágrimas. Aquella rusa, aquella maldita rusa que le había robado el corazón. O tal vez no. Tal vez simplemente, se había quedado con su dignidad. Pero eso a él le daba igual. Solo importaba que ella se había ido.
Y así amaneció, apoyado en su preciado Mercedes, con una mano en el corazón, y otra llena ceniza.

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